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miércoles, 26 de agosto de 2015

Carta Pontificia sobre fuentes del Pentateuco

     Carta de la Pontificia Comisión Bíblica al eminentísimo cardenal Suhard, arzobispo de París, sobre la fecha de las fuentes del Pentateuco y sobre el género literario de los once primeros capítulos del Génesis, 16 de enero de 1948

     El cardenal Suhard, arzobispo de París —a instancias, según parece de un grupo de profesores y maestros franceses que deseaban saber lo que se debe enseñar sobre las fuentes del Pentateuco y sobre el carácter histórico de los once primeros capítulos del Génesis—, presentó al Santo Padre Pío XII esta doble cuestión. Por encargo del Pontífice, la Comisión Bíblica contesta con la presente carta.
     Tras una breve introducción, en la que se proclama con palabras de la encíclica Divino afflante la «más completa libertad exegética dentro de los límites de la enseñanza tradicional de la Iglesia» y se aconseja «interpretar a la luz de esta recomendación del Soberano Pontífice las tres respuestas oficiales dadas por la Comisión Bíblica a las cuestiones antes mencionadas»;
     1.° se da por cierta la existencia de fuentes en el Pentateuco, aunque subrayando la situación de crisis en que se encuentra la clásica teoría Graf-Wellhausen y recomendando un nuevo examen científico de la cuestión en la esperanza de que «tal estudio conseguirá, sin duda, confirmar la gran parte y el profundo influjo que tuvo Moisés como autor y como legislador»; y
     2.° reconociendo que los relatos de los once primeros capítulos del Génesis «no contienen historia en el sentido moderno de la palabra», se afirma, sin embargo, que «de hecho refieren en un lenguaje simple y figurado, acomodado a la inteligencia de una humanidad menos avanzada, las verdades fundamentales presupuestas por la economía de la salvación, al mismo tiempo que la descripción popular de los orígenes del género humano y del pueblo elegido».

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     Eminencia: El Sumo Pontífice se ha dignado confiar a la Comisión Bíblica Pontificia el examen de dos cuestiones propuestas recientemente a Su Santidad sobre las fuentes del Pentateuco y sobre la historicidad de los once primeros capítulos del Génesis. Estas dos cuestiones, con los considerandos y votos correspondientes, fueron objeto del más atento estudio de los reverendísimos consultores y eminentísimos cardenales miembros de la susodicha Comisión. Como consecuencia de sus deliberaciones, Su Santidad se dignó aprobar la siguiente respuesta en la audiencia concedida al firmante con fecha 16 de enero de 1948.
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     La Comisión Bíblica Pontificia se alegra de rendir homenaje a la filial confianza que movió a dar este paso y desea corresponder con un sincero esfuerzo para promover los estudios bíblicos, asegurándoles, dentro de los límites de la enseñanza tradicional de la Iglesia, plena libertad. Tal libertad está afirmada en términos explícitos en la encíclica Divino afflante Spiritu por el Sumo Pontífice gloriosamente reinante, con estas palabras: “El intérprete católico, animado por fuerte y activo amor de su disciplina y sinceramente unido a la santa madre Iglesia, no debe abstenerse de afrontar las difíciles cuestiones que hasta hoy no se han resuelto, no sólo para rebatir las objeciones de los adversarios, sino para intentar una sólida explicación en perfecto acuerdo con la doctrina de la Iglesia, especialmente con la de la inerrancia bíblica y capaz al mismo tiempo de satisfacer plenamente a las conclusiones ciertas de las ciencias profanas. Recuerden, pues, todos los hijos de la Iglesia que están obligados a juzgar no sólo con justicia, sino también con suma caridad los esfuerzos y las fatigas de estos valerosos operarios de la viña del Señor; además de que todos deben guardarse de aquel celo, no muy prudente, por el que todo lo que sea nuevo parece que por eso mismo debe impugnarse o ser objeto de sospecha” (AAS [1943] p.319).

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    A la luz de esta exhortación del Sumo Pontífice, convendrá comprender e interpretar las tres respuestas oficiales dadas por la Comisión Bíblica a las cuestiones antes mencionadas; esto es, la del 23 de junio de 1905 sobre relatos que, dentro de los libros históricos de la Biblia, no tendrían de historia sino la apariencia (Ench. Bibl., 154); la de 26 de junio de 1906 sobre la autenticidad mosaica del Pentateuco (Ench. Bibl., 174-177), y la del 30 de junio de 1909 sobre el carácter histórico de los tres primeros capítulos del Génesis (Ench. Bibl., 332-339); y así se concederá que tales respuestas no se oponen de hecho a un ulterior examen verdaderamente científico de aquellos problemas según los resultados conseguidos en estos últimos cuarenta años. Por consiguiente, la Comisión Bíblica no cree que sea el caso de promulgar, al menos por ahora, nuevos decretos sobre dichas cuestiones.
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     En cuanto a la composición del Pentateuco, ya en el  decreto antes recordado de 27 de junio de 1906, la Comisión Bíblica reconocía poderse afirmar que “Moisés, al componer su obra, se sirvió de documentos escritos y de tradiciones orales”, y admitir también modificaciones o añadiduras posteriores a Moisés (Ench. Bibl., 176-177). Nadie ya, en el día de hoy, pone en duda la existencia de tales fuentes o rehúsa admitir un progreso creciente de las leyes mosaicas, debido a condiciones sociales y religiosas de los tiempos posteriores, progreso que se refleja incluso en los relatos históricos. Sin embargo, sobre la naturaleza y el número de tales documentos, sobre su nomenclatura y fecha, se profesan hoy, aun en el campo de los exegetas no católicos, opiniones muy divergentes. Y no faltan en varios países autores que, por motivos puramente críticos e históricos, sin ninguna tendencia apologética, rechazan resueltamente las teorías hasta ahora más en boga y buscan la explicación de ciertas particularidades del Pentateuco, no tanto en la diversidad de los supuestos documentos cuanto en la especial psicología y en los singulares procedimientos, ahora mejor conocidos, del pensamiento y de la expresión entre los antiguos orientales, o también en el diverso género literario requerido por la diversidad de materia. Por eso invitamos a los doctos católicos a estudiar estos problemas sin prevenciones, a la luz de una sana crítica y de los resultados de aquellas ciencias que tienen interferencias con esta materia. Tal estudio conseguirá, sin duda, confirmar la gran parte y el profundo influjo que tuvo Moisés como autor y como legislador.
     Bastante más oscura y compleja es la cuestión de las formas literarias de los primeros once capítulos del Génesis. Tales formas literarias no responden a ninguna de nuestras categorías clásicas y no se pueden juzgar a la luz de los géneros literarios grecolatinos o modernos. No se puede, pues, negar ni afirmar en bloque la historicidad de todos aquellos capítulos, aplicándoles irrazonablemente las normas de un género literario bajo el cual no pueden ser clasificados. Que estos capítulos no forman una historia en el sentido clásico y moderno, podemos admitirlo; pero es un hecho que los datos científicos actuales no permiten dar una solución positiva a todos los problemas que presentan dichos capítulos. El primer oficio de la exegesis científica en este punto consiste, ante todo, en el atento estudio de todos los problemas literarios, científicos, históricos, culturales y religiosos que tienen conexión con aquellos capítulos. Después sería preciso examinar con más detalle el procedimiento literario de los antiguos pueblos de Oriente, su psicología, su modo de expresarse y la noción misma que ellos tenían de la verdad histórica. En una palabra, haría falta unir sin prejuicios todo el material científico paleontológico e histórico, epigráfico y literario. Sólo así puede esperarse ver más claro en la naturaleza de ciertas narraciones de los primeros capítulos del Génesis. Con declarar a priori que estos relatos no contienen historia en el sentido moderno de la palabra, se dejaría fácilmente entender que en ningún modo la contienen, mientras que de hecho refieren en un lenguaje simple y figurado, acomodado a la inteligencia de una humanidad menos avanzada, las verdades fundamentales presupuestas por la economía de la salvación, al mismo tiempo que la descripción popular de los orígenes del género humano y del pueblo elegido. Entre tanto, hay que practicar la paciencia, que es prudencia y sabiduría de la vida. Esto es inculcado también por el Padre Santo en la ya citada encíclica: “No debe maravillarse —dice— si no todas las dificultades han sido hasta ahora superadas y resueltas... No ha de perderse por eso el ánimo; no se olvide que ocurre en los estudios humanos como en las cosas naturales: que las obras crecen lentamente y no se consiguen frutos sino después de muchas fatigas... No será, pues, vano esperar que con una constante aplicación llegue la ocasión de ver plenamente esclarecidas también las cosas que ahora parecen más complejas y dificultosas” (1.c., p.318).
     Inclinado al beso de la Sagrada púrpura, con los sentimientos de la más profunda veneración, me profeso de vuestra eminencia reverendísima humilde servidor.—G. M. Vosté, O. P., consultor secretario”.
DOCTRINA PONTIFICIA
Tomo I Documentos Biblicos
B.A.C.

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