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martes, 18 de agosto de 2015

LA EXCOMUNIÓN DE UN SACERDOTE (III)

Por el Dr. Homero Johas

PARTE II.- SENTENCIAS DE LA CARTA CONTRA LA FE DIVINA (2)
3.- Falsedades heréticas.


     "Quiso Dios por su infinita misericordia, que los auxilios ordenados para la salvación por institución divina y no por necesidad intrínseca, en ciertas circunstancias, donde sólo el voto y el deseo existan, puedan también tener los efectos necesarios para la salvación.
     Vemos claramente enunciado esto en el Concilio de Trento sobre el Bautismo de la regeneración y sobre la Penitencia".

     La Carta pervierte el sentido del Bautismo y Penitencia por deseo. 
     Pretende igual efecto con causas desiguales. De un lado: "solo la institución divina" del otro lado: "sólo el voto o deseo" humano. Establece igualdad entre el hombre y Dios.
     Lo que es de necesidad absoluta, como medio único de salvación, según la palabra divina, se vuelve cosa múltiple, cosa relativa “sólo a la voluntad humana”, individual y libre.
     Por lo tanto la verdad absoluta se vuelve variable con las circunstancias.
     Lo que es fraude, falsedad, mentira.
     Existe enorme diferencia entre lo enseñado por el Concilio de Trento sobre el catecúmeno que se salva por el Bautismo de deseo y lo que enseña la Carta que cualquier hombre fuera de la Iglesia.
     El catecúmeno es un adulto con uso de razón y voluntad libre, con conocimiento de la doctrina cristiana, con voluntad libre para querer recibir el Bautismo y entrar en la Iglesia. Profesa, de modo público e explícito los artículos del Símbolo de la fe, de la verdadera fe universal, común a todos; quiere cumplir los preceptos divinos de ser bautizado y de entrar a la Iglesia; quiere tener la fe operante por la Caridad; profesa los dogmas de fe. Si no recibe el bautismo de agua es contra su voto y deseo, porque la muerte le impidió recibir el Sacramento.
     Según la Carta, cualquier adulto, con uso de razón y voluntad libre, en vez del Ciencia de la salvación, la fe universal, tiene ignorancia invencible de las verdades de fe; no profesan de modo explícito y consciente los artículos de fe, tendría apenas un deseo implícito e inconsciente de “adherir” a la Iglesia. No tiene una fe verdadera universal, confesada de modo público y explícito, ni las obras imperadas por el precepto divino; no conoce y no profesa los dogmas de fe.
     Si él no se bautiza, no entra en la Iglesia, no manifiesta el querer ser bautizado y el querer entrar en la Iglesia. Una adhesión libre a una Iglesia de esencia ignorada no está subordinado al deber de creer y al deber de obrar, por precepto del único Dios verdadero, por los únicos medios de salvación: la fe verdadera y la verdadera Iglesia, los Sacramentos, y los mandamientos.
     Mientras el catecúmeno cumple las condiciones de salvación por imperio de la autoridad divina tal hombre, fuera de la Iglesia, no manifiesta ni conoce la doctrina de la verdadera fe y ni quiere cumplir lo necesario para obtener la salvación eterna.
     Uno conoce y obra según los dogmas de la fe verdadera; el otro no conoce y no obra según estos. Uno no entra en la Iglesia contra su voluntad de querer entrar; el otro no manifiesta la voluntad del Bautismo de agua y de entrar en la Iglesia. Se somete a la autoridad divina, condición necesaria de salvación (Rom XIII, 1-2); El otro no.Uno tiene la fe verdadera que opera por la Caridad; El otro no tiene la fe verdadera, sino que la pervierte, afirmando no ser necesario lo que es de absoluta necesidad. Uno quiere entrar en la Iglesia por el Bautismo; el otro dice que “no es necesario” esto.
     Uno sigue el dogma de fe; el otro niega el dogma de fe. Uno sigue la verdad absoluta; el otro sigue su propria ignorancia; coloca una verdad variable con las circunstancias; no necesaria sino libre, no universal sino individual; no segura, sino insegura; no consciente sino inconsciente; no explícita sino ficticia; uno con la ciencia racional, el otro sin ciencia racional, con ignorancia individual, uno con la revelación divina, el otro con la ignorancia del Agnosticismo. Ahí se iguala el hombre a Dios; la verdad al error; lo necesario a lo libre; lo perenne a lo mudable; lo subordinado a la verdad y ley de Dios y lo no subordinado a la voluntad y ley de Dios.

     La Carta contradice al Concilio de Trento, a los dogmas de Fe. La Iglesia siempre enseño la universalidad, unicidad y necesidad del dogma de fe: “Fuera de la Iglesia nadie se salva”. Ella es el “medio único de salvación”.
     La Iglesia nunca enseñó que alguien se salva sin Bautismo; de agua, o de deseo; no enseñó la salvación sin querer expresamente recibir el Bautismo, sin conocer la doctrina sobre la fe verdadera. El Concilio de Trento enseñó siempre la necesidad del Bautismo con una forma, y no otra: “Si alguien dice que los Sacramentos de la Nueva Ley no son necesarios para la salvación, sino superfluos, y que, sin ellos o sin el voto de ellos, los hombres conseguirán la salvación sólo por la fe (...) sea anátema” (D.S. 1604).
     La Carta retira la necesidad del Bautismo y de la Penitencia como cosa necesaria para el perdón de los pecados. Iguala a quien quiere recibir estos Sacramentos a quien no los quiere recibirlos por excusas pervertidas y falsas doctrinas. Desliga la existencia del efecto de la existencia de la causa, o de la condición necesaria para que la causa produzca el efecto. Muda la voluntad de recibir el Bautismo y de entrar a la Iglesia como cosa no libre por simple necesidad de “adhesión” libre a la Iglesia, cuya identidad es ignorada.

     La voluntad humana natural no opera por la fe sobrenatural cuando contradice el dogma de fe universal y no observa los mandamientos, o, por lo menos manifiesta de modo explícito, o deseo de observarlos.
     Sin la fe operante por la Caridad, la voluntad natural no produce el efecto sobrenatural.
     La fe no es sólo un acto de voluntad libre individual, es también un acto de razón, una promesa de cumplir el deber de creer y el deber de obrar según las verdades y los mandamientos imperados por la autoridad divina. Así, retirándose el objeto racional del deber de creer no se produce el efecto de la fe operante por la Caridad. Tal fe, si existe, está en el juicio y voluntad propria del sujeto humano; y no en el único Dios verdadero.
     Ahí se enseña la consecución del fin de la salvación sin el medio único necesario para conseguirlo. Los pecados individuales serian perdonados sólo por el acto de voluntad humana; con cualquier fe querida por la voluntad individual; sin la fe en aquello que la autoridad de Cristo incluyó en el deber de creer. El hombre aquí se separa de la autoridad divina de Cristo.
     Aquí se destruye la subordinación necesaria a la Sede de Pedro para salvarse (D.S. 875); Mas allá del apartamiento de la necesidad de los Sacramentos queridos, por la voluntad humana (Rom. 13,1-2).
     Tales personas por esto, son: anti-intelectualista; anti-conclavistas y anti-sacramentalistas. En realidad son anti-cristianos. Como todos los herejes niegan la “subordinación” a la Sede de Pedro (D.S. 3060) y la recepción necesaria de los Sacramentos. Entretanto el Concilio de Trento condena: “Si alguien dice que el Bautismo es libre y no necesario para la salvación, sea anátema” (D.S. 1618).
     Lo mismo está dicho sobre la Penitencia; “Si alguien niega que la confesión sacramental, o que no fue instituida por derecho divino, o que no es necesaria para la salvación (...) sea anátema” (D.S. 1706).
     Se coloca estos Sacramentos como “auxilios” útiles, como superfluos, de modo que “sin ellos”, la salvación podría ser conseguida. Y también sin entrar en la Iglesia, igualmente, la salvación podría ser conseguida. Por esto no es siempre necesario el deseo explícito de los Sacramentos y de entrar en la Iglesia. (D.S. 1604).

     Se afirma que los Sacramentos no son de “necesidad intrínseca”.
     Entretanto, lo que no es de necesidad ontológica, absoluta, puede ser de “necesidad absoluta sólo por institución divina”. Lo que Dios quiere, de modo absoluto, por sus enseñanzas, es de necesidad absoluta. Por lo tanto es falso que “Dios quiso” dos cosas opuestas por contradicción, cosa que es contra la “necesidad intrínseca”, metafísica. Ahí, se niega la necesidad metafísica la cual el proprio Ente divino está subordinado: “El no puede ser y no ser, al mismo tiempo, bajo el mismo aspecto”. Así la Carta va contra lo que es de necesidad metafísica. Y coloca la voluntad humana del agnóstico sobre la verdad absoluta de los seres que existen. Encima del principio de identidad y de no contradicción. Ahí se subordina la voluntad divina a la humana y se coloca al arbitrio humano sobre la verdad del ser, en cuanto ser. Los principios ontológicos de los seres estarían subordinados “sólo a la voluntad humana”. La voluntad de cada uno determinaría lo necesario y lo no necesario; la verdad y el error como pretendieron racionalistas ineptos, condenados por Pió IX (D.S. 2903).
     El sofisma de la supremacía absoluta del arbitrio de cada uno.
     La fe divina y los mandamientos divinos universales, en la verdad de las normas del creer y del obrar, no pueden estar subordinadas a la pluralidad de voluntades libres individuales opuestas entre si porque la verdad es única y no múltiple. No está bajo el examen libre de los sujetos como lo pretendió la estulticia de Lutero.

     Condenó el Tridentino la sentencia de Lutero:
     ‘Si alguien dice que fuera de la fe, en el Evangelio, nada fue preceptuado; que son indiferentes las otras cosas, no preceptuadas y no prohibidas, sin embargo libres; o que no pertenecen a los cristianos los diez mandamientos, sea anátema” (D.S. 1569).
     Los preceptos que son los mandamientos están incluidos en las verdades de la fe. La misma verdad divina impone “deberes” en el creer y en el obrar. Y “la verdad no contradice a la verdad” (D.S. 1441). El mismo Dios impera ambas normas. La misma razón conoce la Lógica, la Ontologia y la Etica. No la voluntad libre de cada uno.

     Por lo tanto la fe verdadera es universal, es perenne, no varía “conforme as circunstancias”, conforme con los “deseos humanos”, conforme con “lo que quieren los hombres de nuestra época”, como pretende el Vaticano II, contra el Vaticano I (D.S. 3020). Tal doctrina está bajo anátema de la Iglesia (D.S. 3043). La verdad arbitraria no es verdad racional porque la razón es una facultad no libre y la voluntad es facultad apetitiva y no cognoscitiva.
    La libertad sobre materia religiosa es la negación de la forma racional no libre sobre el objeto de la verdad religiosa. Sólo un irracional puede afirmar esto.

     La Carta afirmó antes la validez del dogma de fe para los que lo conocen; y después afirma la invalidez para quien lo ignora. Relativizan la verdad divina de necesidad absoluta, a los individuos humanos. Y el no conocimiento de la verdad divina, la ignorancia, también salvaría. Y con esta ignorancia en la parte racional, la “adhesión” libre, de la parte volitiva individual al que por la razón no conocen, también salvaría. Por lo tanto la salvación quedaría bajo el arbitrio humano. Y en vez de la “ordenación de Dios” (Rom 13,1-2) “cada uno se ordena a si mismo por sentencia de su proprio espíritu” (Vaticano II ). Así el “juicio proprio” del hereje (Tit. 3,10-11) ahí se substituye la verdad universal de Dios. No se habla ahí en verdad de Dios, sino “voluntad de Dios” y en “voluntad propia”. Y esta genera la “fe propia” y la “norma propia”, por el amor propio. La libertad religiosa individual excluye la verdad religiosa universal, la subordinación a un sólo Dios verdadero, único (Rom. 13,1-2). El Dogma es apartado por la Ética agnóstica.


     Por lo tanto, no se cambia la verdad universal por la voluntad individual; el dogma por opiniones humanas; los mandamientos de Dios por los deseos de los hombres; la obediencia a Dios por el consenso de las voluntades humanas.
     Para salvarse, por voluntad divina, es necesario confesar la fe divina universal íntegra y recibir el Bautismo y observar los mandamientos divinos y obedecer al Vicario de Cristo; tener conocimiento de la fe cristiana y no “ignorancia” de las verdades de Cristo y de modo “inconsciente”, según la voluntad de los hombres. Nadie se salva haciendo su propia voluntad, por “sentencia propia”, sin Dios. Esto es Ateísmo.


4.- CAMINO DEL ANTICRISTO

     “La Iglesia es un auxilio general para la salvación. Por lo tanto, para que alguien obtenga la salvación eterna, no es necesario siempre que este realmente incorporado a la Iglesia como miembro”.


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     1. Se coloca un “deber” moral de decir, subordinado al arbitrio individual, una norma ética, contra el Magisterio universal de las verdades divinas que deben ser creídas, por autoridad divina. Los Concilios confiesan el dogma universal firme: “Creemos que nadie se salva fuera de la Iglesia”. Ella es el “único medio de salvación; cualquier otro camino lleva a la perdición eterna. (D.S. 1351).
     Aquí se subordina la Lógica racional y el Dogma de fe universal a una Ética, norma del obrar, desvinculada de la norma del creer. Se aparta de la fe verdadera. Se sigue una “norma de obrar” que viene “sólo de la voluntad y deseo” de cada uno; no de la razón ni de la Revelación divina. Tal es la Ética laica, de los ateos, de los agnósticos, de los anti-católicos, de los que se fundan en las voluntades humanas y no en las verdades  leyes divinas.
     Este “deber de decir” contradice el “deber de creer” en el dogma de fe universal. Procede del sofisma según el cual lo que es “sólo de institución divina” no es de “necesidad absoluta”, sino apenas un “auxilio” libre, sin el cual la salvación puede, igualmente, ser conseguida.
     Esto viene de la “Razón Práctica” de Kant, procedente de la “Razón teórica” del Agnosticismo.
     Mons. M. Lefebvre se separó de la Lógica absoluta de los principios y el Dogma para usar este concepto práctico, como los agnósticos. Quien no sometió su juicio”, como los herejes (Tit. III, 10-11) y su voluntad “en obsequio a Cristo” (2 Cor X, 5). Sigue el Modernismo separándose de las verdades de fe (D.S. 3426), condenado por Sao Pío X.
     La secta de los acéfalos también dice que “un papa no es necesario”, “no existe el acuerdo de los hombres", de los “nuevos católicos”.
     Convierten la obra divina en obra humana (Gregorio XVI).

     2. Por la Iglesia la identidad que existe entre la necesidad del Sacramento del Bautismo y la de entrar a la Iglesia es que ambos son de necesidad absoluta para la salvación. Pero según la Carta y los herejes, ambos no son necesarios para la salvación. Cambian el dogma. La Carta es una contradicción a los dogmas de la Iglesia. No quiere el “Cristianismo dogmático” (D.S. 3465). Substituye a Dios por el arbitrio de los hombres. Dios seria igual al hombre. Ahí está la libertad y la igualdad de los agnósticos, de los masones, de los “derechos individuales” separados de las normas universales del creer y del obrar procedentes de Dios.

     3. Como consecuencia de la falsa concepción del Bautismo de deseo, enseñado por la fe católica, que exige ser miembro de la Iglesia para la salvación eterna; ahora se niega la necesidad del bautismo, y de pertenecer a la Iglesia para la salvación eterna. Se niega el dogma de fe “fuera de la Iglesia nadie se salva”, la Iglesia es el único medio” de salvación. Se predica de modo contrario a lo que enseña la Iglesia sobre los catecúmenos: ellos profesan la fge verdadera y contra su voluntad no reciben el Bautismo de agua. La Carta, al contrario, deduce que no es necesario pertenecer a la Iglesia para salvarse; no afirma la necesidad de la Ciencia de salvación que existe en la fe universal; ni la necesidad del Bautismo; ni la de querer pertenecer a la Iglesia. Enseña que el Sacramento y la Iglesia son meros “auxilios” y que, sin ellos, la salvación puede ser conseguida. Contra el Concilio de Trento (D.S. 1604). Contra el dogma (D.S. 1618). El Dogma es cambiado por el Liberalismo. Por el fraude: lo necesario se vuelve no necesario. En lugar de la norma racional del creer, la norma ética da “adhesión” volitiva, libre, sin la obediencia a la autoridad divina superior a la autoridad divina de la cual proceden el deber de creer y de obrar.

     4. Hay otra contradicción a otro dogma: el de la necesidad de la obediencia al Pontífice romano para la salvación (D.S. 875); reiterado por el Vaticano I (D.S. 3060). Por el “juicio” de cada uno, por el arbitrio individual: por esto, sólo hacen su voluntad y no obedecen al Pontífice romano y al Magisterio universal de la Sede de Pedro. Lo que está condenado por Dios (Rom. XIII, 1, 2). La Carta es una obra prima de la malicia. En vez de la obediencia a Dios, cada uno obedece su verdad, su fe propia, su norma propia.

     5. Pero nadie puede tener “adhesión” volitiva a la Iglesia, por norma ética, si antes no conoce la Iglesia y está “inconsciente” sobre el objeto al cual se debe “adherir”. Quien desprecia el dogma, la norma del creer, no sabe cual es la verdad de fe universal a la cual debe “adherir”.
     Por lo tanto él acreditará lo que quiso; “su verdad”, “su fe”, en si mismo y no en Dios. Apartó el objeto imperado por la autoridad divina y escogió libremente aquello que quería creer. No se aparta impunemente la razón y la verdad universal.
     Así tal persona no se salva porque o su camino de salvación es el de su juicio propio y no el camino único de Dios, de Cristo. Contradice el camino de Cristo; quiere otro, separado de Cristo, el del anti-Cristo.
     “Quien no está con Cristo está contra Cristo”.

5.- Implícita negación de la fe

     “Pero no siempre es necesario que este voto sea explícito, como en los catecúmenos. Donde el hombre padece de ignorancia invencible, acepta Dios el voto implícito. Está ele contenido en la buena disposición del alma por la cual el hombre quiere que su voluntad sea conforme con la voluntad de Dios”.
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     1. Continua la Carta cambiando lo que es necesario por lo que no es necesario; quiere cambiar el dogma, el Derecho divino, el Magisterio de la Iglesia, retirar la necesidad absoluta de la verdad racional natural y de la fe divina. No es necesario el Bautismo y la Penitencia para el perdón de los pecados; ni pertenecer a la Iglesia; ni que el deseo de pertenecer a la Iglesia sea explícito y consciente. Esto es, no es necesario que exista en el orden público, exterior de la Iglesia; visible, ni que distinga entre los muchos artículos del Símbolo de Fe que son propuestos por la Iglesia; cada uno con una verdad distinta de otro: sobre la Santísima Trinidad, encarnación del Verbo, Sacrificio de Cristo, resurrección de la carne, remisión de los pecados, comunión de los santos...
     San Pablo ordena la confesión pública de la fe (Rom. X, 10). La Iglesia ordena creer en todo lo que enseña su Magisterio universal como verdad revelada (D.S. 3011).
     El objeto de la voluntad que quiere “adherir” a la Iglesia es una verdad racional que debe ser creída y mantenida, sin lo que el acto de la voluntad no seria determinado. Quien manda el deber de creer, impera también lo que debe ser el objeto del acto de creer.
     En el adulto, dotado de uso de razón y de voluntad libre exige la Iglesia que no sólo “quiera” pertenecer a la Iglesia de modo explícito; sino que sea también “consiente” e “instruido” sobre las verdades de fe que son necesarias conocer por “necesidad de medio” de salvación (Canon 752). (D.S. 2380).
     La Iglesia niega el Bautismo a quien no sea un “creyente explícito” en las doctrinas de la fe (D.S. 2381). Ella exige que la persona crea no sólo en la existencia de Dios, sino que también tenga: “fe explícita en Dios remunerador” (D.S. 2122).
     “Sin la fe verdadera es imposible agradar a Dios” (Hebr. XI, 4). Quien ama a Dios busca conocer lo que pertenece a la ciencia de Dios y cumple sus mandamientos.

     2. Se pretende la salvación por la “ignorancia” sobre las verdades de fe; sin el objeto racional de la fe imperado por Dios a la criatura, su Divinidad, su doctrina, sus leyes. Con el “voto inconsciente”con silencio sobre la fe en el orden exterior. El voto implícito es una implícita negación de la fe en el orden exterior (Cánon 1325). Quien no confiesa la fe delante de los hombres, también Cristo no lo confesará delante de su Padre, en los cielos.
     No puede existir “fe sobrenatural” en quien contradice dogmas de fe y no confiesa la fe, de modo explícito, en el orden exterior. Y quien tiene la f determinada “sólo por voto y deseo” individual y libre. Sin integridad de la fe nadie se salva (D.S. 75). Quien no cree en aquello que es el objeto del deber de creer, de modo explícito y público, pudiendo y debiendo hacerlo, no se salva (Jo III, 18).

     3. En los adultos, dotados de uso de la razón y de voluntad libre, creer y amar a Dios es imposible sin la gracia de Dios. Dios no manda cosas imposibles (D.S. 1536). Esto es herejía de los jansenistas (D.S. 2001-2006). El hombre tiene el deber de cooperar con la luz y gracia divina y no de mantenerse pasivo en el Quietismo (D.S. 1554). “Quien no escuche a la Iglesia sea para ti, como un pagano” (Mt. XVIII, 17). Dios “no acepta” lo que es opuesto a la Revelación divina y al Magisterio universal de la Iglesia. Lo que “Dios quiere” no es la contradicción a los dogmas de fe; el libre-examen de la Revelación. El “querer” que todos los hombres vengan al conocimiento y se salven (1 Tim II, 4); mas no por el juicio propio; sino según la ordenación de la Iglesia. Lo que “es bueno y acepto delante de Dios” no es lo que enseña la herejía; sino lo que enseña el Magisterio de la Iglesia. El Vaticano II invierte la doctrina; usa fraudes.

     4. No tiene “buena disposición del alma” los que mutilan y contradicen los dogmas de fe y no se someten a los deberes de creer y de obrar. Tales personas tienen mala disposición del alma; invierten el bien y el mal (Is. V, 20), por la malicia viperina. Son subversivos, con su “juicio propio” (Tit. III, 10-11).

     5. La voluntad de Dios está contenida en los dogmas y leyes del Magisterio de la Sede de Pedro y no en la voluntad propia de las personas subversivas, no sumisas a este Magisterio. No existe “conformidad” entre la verdad divina universal y las voluntades humanas individuáis de los que contradicen al Magisterio universal de la Iglesia. La conformidad de la mente y voluntad de los fieles no es la mente y voluntad de los infieles. No existe conformidad entre el Templo de Dios y los templos de los ídolos (2 Cor VI, 14-18). No existe igualdad entre doctrinas opuestas por contradicción, entre Lucifer y Cristo. “Quien no está con Cristo, está contra Cristo”. Quien desprecia el Magisterio de la Iglesia, desprecia a Cristo (le. 10,16).
     “Así como el hombre está obligado a creer, así también está obligado a creer de modo explícito” (S.Tomás, S.T. 2-2,2,5).
     San Pablo ordena la confesión pública de la fe (Rom X, 10), no la implícita e inconsciente.
     Quien tiene “consenso con la iniquidad”, no tiene consenso con la verdad divina.
     Los hijos de las tinieblas tiene consenso con las doctrinas de las tinieblas; no con las doctrinas de los hijos de Dios por adopción.

     6. Los hijos de las tinieblas dirán que “Pio IX tuvo el mérito de introducir en el Magisterio de la Iglesia” la doctrina de la salvación fuera de la Iglesia por voto implícito, por ignorancia invencible.
     Tal sentencia es enteramente falsa Pio IX enseñó el dogma de Fe: “fuera de la Iglesia nadie se salva”. Nada enseñó sobre voto implícito e inconsciente. Enseñó que la “ignorancia invencible”, en los que poseen de hecho la buena disposición del alma, cumpliendo la ley natural, teniendo disposición para obedecer a Dios; viviendo de modo honesto y recto, “por la operación de la luz divina y de la gracia”, puede conseguir la salvación eterna, no teniendo pecados personales. Dios puede no dar la gracia como pena de pecados personales, por acto de justicia. Por lo tanto, Pio IX nada cambió en el Magisterio de la Iglesia en ese punto.

       7. Por lo tanto, la no confesión pública y explícita de la fe es el “silencio de los impíos en las tinieblas” (1 Reg. II, 9). Es un silencio condenado por Clemente XI en los jansenistas: la fe debe ser confesada de modo implícito y explícito; de modo oculto y público; interior y exterior. Fuera de la Iglesia, con el “inconsciente”“implícito”, no se está en el orden público y visible de la Iglesia; existe aquí ‘‘una implícita negación de la fe”.

COETUS FIDELIUM
N° 10 Marzo 2014
Traducción:
R.P. Manuel Martinez H.

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